Un encuentro en las estrellas

5 de agosto
Disentis Muster (Suiza) - Stelvio (Italia)
359 kms






Rodeado de montañas me desperté inquieto. Hoy debía ser un gran día, uno de esos que se recuerda toda la vida hasta que lo olvidas.
Vuelvo a meter casi toda la tienda de campaña en su sitio y arranco ansioso. La moto me avisa de que necesita unas gotitas de aceite. Llevo uno un poco rarito y sospecho que tardaré en encontrar otro igual. Lo encuentro en el primer sitio en el que paro. Qué decepción, con lo acostumbrado que estoy a volverme loco buscando de todo en el extranjero encontrándolo siempre en el último momento.










Enfilo un valle. Un valle muy largo. Pasan los kilómetros y no subo ningún blablabla-pass... todo esto es muy extraño...
Llego a Chur. Al centro de Chur. Junto a varias iglesias hay una calle llena de prostíbulos, como si de Amsterdam se tratara. No había visto cosa igual. Como a estas horas de la mañana no tengo el cuerpo ni para misas ni para reinas me voy a Liechenstein, a ver qué hay además de la selección de fútbol a la que siempre le caen un montón de goles.

Hay montañas, una fuente y un río. Bueno, medio, porque el otro medio está en Suiza. Había leído que era parecido a Andorra pero de eso nada. Yo, al menos, no vi "la calle de las tiendas". No es muy turístico Liechenstein.
Tengo el dedo como un pimiento morrón, de colorao y de gordo.








Vuelvo a Suiza y vuelvo a subir puertos. En el Fluelapass me encuentro a dos catalanes de Cataluña que habían ido hasta allí en moto, así que departimos amenamente durante un rato, nos retratamos y decidimos compartir un rato de ruta. Una lástima muy grande que al llegar al cruce de Livigno yo me fuera a Livigno y ellos no.



























Al llegar al cruce de Livigno hay un semáforo. Y un túnel. El túnel sólo tiene un carril, de ida o de vuelta, según la luz del semáforo esté verde en este lado de la montaña (Suiza) o en aquel (Italia). 
Así que pago, paro y espero.

Livigno está a 2200 metros (de altura, digo) y, aunque parezca mentira, tiene bastantes kilómetros llanos. Así que está lleno de ciclistas entrenando en altura sin necesidad de ascender puertos.
Y en Livigno a uno se le ilumina la cara con una amplia sonrisa, entre otras cosas porque al ser zona franca, libre de impuestos, la gasolina está (por primera vez en el viaje) a un precio razonable. Dan ganas de mandar a tomar vientos la tienda de campaña y ocupar su lugar con litros y litros. Pero no lo hago. En vez de eso me pongo morado en un restaurante italiano (jaja, ¿lo pillas?).
Hay un montón de rabinos, con sus barbas y trajes, por todos los lados. No sé si es algo típico de aquí todo el año o es que me he encontrado una excursión. Cuando vuelva otra vez prometo observarlo.
Me gusta a mí este sitio.
Y la camarera.
Me cuentas sus cosas y yo las escucho. Resumo las mías diciendo que, aunque me quedaría allí toda la vida, me voy pitando al Stelvio, que me lleva esperando la vida entera.
Y me fui.







Al llegar a Bormio tenía el estómago lleno de mariposas. Al fin estaba en la base del "camino a las estrellas", en el cruce del Stelvio. Tenía unas ganas locas de enfilar el montón de tornanti. Es una de esas cosas que sabes que algún día harás en la vida aunque no sabes cuándo. 
Así que, en vez de ir al Stelvio, me fui al Gavia, que está allí mismo también.
Puede que tú no lo sepas pero allí se vivieron en el Giro de Italia de 1988 algunas de las situaciones más dantescas del ciclismo moderno, con una nevada del copón. 

Llegué a la cima justo antes de que la niebla la cubriera. Pude divisar el glaciar. Pude disfrutar de la tranquilidad. Pude volver por donde había subido.
Pero cuando llevaba 1 kilómetro de bajada recordé que Juanma me había dicho que tuviera cuidado que la cima estaba más arriba de la cima (qué?). Así que me di la vuelta y volví a subir, no porque me importara mucho llegar a la cima esa sino porque si no cualquiera le aguanta después con lo de "yo he estado y tú no".
Y volví a llegar a la misma cima porque no había más cimas más altas que la propia cima. Resultó que en su día él confundió la cima con la cruz que hay casi arriba. Que no te pase a ti, si vas.























Enfilé el descenso (por segunda vez) y descendí sin más novedad que un cervatillo que se cruzó en mi camino y casi me lleva con él a un prado. 
Al llegar a Bormio (por segunda vez) me acordé de que Juanma me había recomendado un lugar para dormir que le había recomendado Javi Rioja. Intenté encontrar el lugar, del que no recordaba el nombre pero sí la fachada. Pero todas las fachadas son iguales allí. No sé cómo hacen los alpinos para distinguir su casa de la de los vecinos. Para mí que se lían más de una vez aunque no lo digan.
La cosa es que no encontré la casita y me quedé con las ganas de averiguar si se acordaban del paso de mis amigos por allí y de los gintonics que, sin duda, habrán degustado después de cenar.
Y por fin estaba subiendo el Stelvio. Sin nieve esta vez.
Se va haciendo tarde por lo que no hay mucho tráfico. La luz del día a estas horas le da un ambiente más mágico al momento.
La subida es espectacular aunque, qué quieres que te diga, tanta curva cerrada se hace pesado. Se disfruta más del paisaje que de la conducción.





Unas cuantas fotos después llego a la cima. De frente vienen dos motos y se detienen junto al cartel en el que todo el mundo se hace la foto. Yo no voy a ser menos, donde caben dos, caben tres. 
Antes de quitarme el casco escucho un "no puede ser". (Oye, que el cartel es de todos, pienso yo). "McBauman!!!!!" -sigue diciendo la voz.
Eran Doctor y Juvenal, amigos míos valencianos, los que habían llegado al Stelvio, por la otra vertiente, a la misma hora que yo. Ver para creer.
Por supuesto, decidí quedarme a cenar y dormir con ellos en aquella mítica cima (ventajas de viajar libre sin alojamiento reservado)




Y de aquella bonita noche de birras y amigos, en la que nos cayó el diluvio universal, en la que nos dejaron unos paraguas de señorita, en la que degustamos un extraño ginetónico junto a una chimenea y en la que conocimos a Rayo, el perro que bautizó así la selección española de esquí, no te voy a contar nada más.

Bueno sí, que no sé qué tiene el Stelvio que me hace tan feliz