My way


4 de agosto
Sion (Suiza) – Disentis Muster (también)
325 kms




Esto no te lo había dicho todavía: hace algún tiempo, cuando yo comenzaba a leer grandes viajes en moto, leí la “Opera prima” escrita por Stelvio en www.bmwmotos.com Allí escribía acerca de todo el arco alpino, haciendo mención a “la ruta del 9” y yo pensé que algún día, yo, intentaría hacerla.
Ese día era hoy. Aunque al final, a mi manera, me haya sido un 8. O un 6, no sé bien.

Así que me fui pitando de Sion, que por mucho que de día fuera más bonito que de noche, seguía sin gustarme demasiado.



Además, tenía la fijación de encontrar (y comprar) la maldita colchoneta. Porque te digo yo que hoy duermo en una colchoneta. Y a mirar en todos los pueblos. Y a buscar en todos los centros comerciales… y no había manera.


Y cuando ya estaba un poco harto de ir fijándome en los escaparates en vez de fijarme en las montañas… allí estaba ella, una esterilla preciosa en un expositorio exterior de una tienda de artículos de montaña.
En menos de 20 segundos ya había aparcado, había cogido la esterilla y me disponía a pagar cuando llegó mi momento de suerte del día: detrás del mostrador apareció una dependienta que más bien parecía un ángel celestial llegado desde el mismo paraíso. Y digo que fue mi momento de suerte no tanto por tan grata aparición, que también, sino más bien mi suerte radicaba en que aquel ángel vendiera esterillas y no ferraris, porque visto el resultado, me hubiera vendido lo que le hubiera dado la gana.
Y así fue como, cuarenta y cinco minutos después, salí de aquella tienda con un colchón que costaba cuatro veces más de lo que costaba mi tienda de campaña. Y, además, sonriendo.


Y me fui hacia el famoso 9 a ver cómo era eso de una ruta con forma de 9 y con 9 puertos.





Era chulo seguir viajando por los paisajes por los que antes había circulado con Juanma. Y cuando llegué al punto hasta el que conseguimos acercarnos aquel año, me di cuenta de cuánto nos quedaba aún por ver. Aquella estación de ferrocarril que cubierta por la nieve parecía algo grandioso, ahora se mostraba insignificante.
Y comienza lo bueno, la subida que lleva hacia el Furkapass o hacia el Grimselpass dependiendo de lo que hagas en el cruce. Y aquello es tan bonito que en cada kilómetro quieres parar a hacer una foto. Aunque después descubres que en el kilómetro siguiente hay otra igual de chula  o más.

 Mientras subes hacia el Grimselpass se divisa claramente la subida del  Furkapass. Qué risas.




Me gustó mucho subir al Grimselpass. Es una subida corta, pero divertida y con un paisaje muy... ¿alpino?








Aquí ya hay realmente muchas motos, aunque de momento no encuentro flipados emulando a Rossi, de lo cual me alegro.
Así que, hacia el Susten.
Me encantó la bajada de Grimsel y la subida al Susten. Apenas hay distancia entre uno y otro pero el paisaje va cambiando al cambiar de valle. Aparecen los primeros glaciares importantes de todos los que habría de ver en este viaje.
No queda otra que parar a respirar aquel aire tan puro observando tamaña maravilla de la naturaleza.

























Al llegar a la cima, paro para hacer la foto de rigor junto al indicador del puerto (que si no luego mis amigos no se creen que haya estado) cuando escucho “si quieres te hacemos nosotros la foto”. Caray, cada vez entiendo mejor a los lugareños.
Hasta que me di cuenta de que los lugareños eran del mismo lugar que yo y hablaban castellano. ¡ah, claro!
Eran Elora y Áxel. Sabía que estaban por la zona y, de hecho, habíamos quedado en el Furka cuatro días más tarde junto a otros amigos más, pero esto de encontrarnos en aquella cima no estaba previsto y siempre se lleva uno una alegría.
Así que estuvimos allí departiendo un buen rato y después seguimos ruta, cada uno con un destino distinto.





Y la bajada del Susten y la subida al Nufenen también me pareció extraordinaria, aunque en la cima no hubiera ningún conocido con el que charlar un rato.
Las casas por estas latitudes son de madera, los pueblos son de madera… aquí si quieres levantar una vivienda en vez de llamar a un albañil tienes que llamar a un carpintero. Imagino.
Muy chulo todo.
Y hay un montón de flores de esas que no creo yo que tengas en el jardín de tu casa.
Y las fuentes escupen el agua con una presión impresionante.
Mola todo esto que los alpinos llaman Nufenenpass. Sí, sí, mola mucho muchísimo.
Áuryn se integraba en el paisaje como si fuera parte del mismo, como si hubiera nacido aquí, como si fuera una flor...


















Bajando el Nufenen, camino del Furka, veo en el arcén a una pareja de ancianos entrañables haciendo fotos, emocionados, apuntando a un campo en el que parecía no haber nada. Deduje rápidamente que algo debía haber así que paré. Efectivamente, había una manada de cabras salvajes y con toda seguridad altamente peligrosísisimas. Bueno, tal vez no.
Saqué mi cámara y, emocionado, actué como un anciano entrañable.
Cuando estaba retratándolas el abuelo (digo yo, aunque no me enseñó fotos de sus nietos ni nada) me susurró:
-Monseur, monseur. -Miré y señaló hacia arriba.
-Oh, contesté.










Ni se movía. Nos miraba y después de un rato posaba mirando al horizonte, como si fuera un robado. ¡qué cabrón, pensé!


Y dando las gracias a los entrañables ancianitos alpinos, me fui a otros Alpes. Al Furka, exactamente.
Y el Furka, es espectacular, tal y como habrás leído miles de veces.

 Y bajando el Furka ves la subida al Grimsel, cerrando el círculo. Y te mueres de la risa de lo gracioso que es.




















Así que me fui al San Gotardo, esta vez sí, el de los famosos adoquines y sin lluvia.

Había leído que debía tener mucho cuidado con no confundirme de cruce para no subir por la autovía (que no está adoquinada). No es complicado pero hay que estar atento. Empecé a subir por lo que yo creía que debía ser el lado bueno, pero adoquines, lo que se dice adoquines, no había ninguno.
Hasta que aparecieron. Jaja, qué chulada.
Pero se acabaron demasiado pronto.
Oh, qué decepción. De todos los puertos que he subido hasta el momento es el primero que me ha decepcionado. Esto es demasiado corto como para venir desde donde vengo. Iba yo todo tristón pensando en estas inquietudes cuando apareció ante mí la verdadera gracia del San Gotardo.
Y me olvidé de cualquier decepción. Hay que reconocer que es un puerto verdaderamente único. No apto para correr demasiado, pero espectacular, con sus tornanti adoquinadas y todo…  qué maravilla. Hay que reconocer que les ha quedado un puerto muy bonito.








Ya, de postre, me dirigí al Oberal, pasando por Andermatt donde hace dos años nos vomitó el tren al que habíamos subido las motos para atravesar la montaña del Furka. Ahora se mostraba precioso pero con metro y medio de nieve a los lados de la carretera lo recuerdo majestuoso.







Eran las 6 de la tarde cuando llegué a Disentis Muster, un pequeño pueblo de las montañas. A pesar de que ese día llevaba solamente 325 kilómetros estaba realmente cansado. Nunca había visto tantas curvas seguidas. Bueno sí, en una ocasión en una despedida de soltera, pero esa es otra historia.
Así que convoqué una reunión de urgencia y decidí, por unanimidad, dormir allí mismo. Esta vez ni pregunté por el hotel Emperatriz Sissí, no fuera que hubiera uno. Quería estrenar mi colchón nuevo, que me había costado una pasta.

Y allí, rodeado de montañas alpinas que molaban mil, iba descubriendo que mi tienda de campaña tenía más cosas de las que hubiera imaginado. Algunas, incluso, supe montarlas.




Y repasé que aquel día había visto montañas altas y bajas, largas y cortas, majestuosas, aburridas, nevadas, grises, blancas, negras, verdes, viejas, cansadas, hermosas, bellas, espectaculares… intimidantes, insultantes, tranquilas, inquietantes
Pero de entre todas, tengo una cuenta pendiente con una, con la que lleva hasta las estrellas… y espero que mañana esa cuenta quede saldada.
Hoy ha sido un día maravilloso. He hecho un 9 a mi manera, siguiendo mi camino.
Pensando en que el padrastro me estaba matando y en que no sabía qué tenía Disentis Muster que me hacía tan feliz, me dormí.